Florecer en Malabares
Inspirado en: "Un Bello Día" - Dulce Duca
Por: Nidia Beltrán - Sombra Emergente
Dulce Duca es una malabarista portuguesa que viene a Guadalajara para presentar una pieza a Ficho, el Festival Internacional de Circo y Chou de México. Dulce es, en primera instancia, una explosión. Es risas y gritos; sonrisas y ojos casi cerrados de la alegría que yace en ellos. Su pieza Un bello día hace la invitación a ver el mundo como ella y nosotros, alegres, aceptamos.
La cueva a la que te remonta el teatro Vivian Blumenthal nos recibió en oscuridad casi absoluta, con excepción de un algodón de azúcar gigante que iluminaba con su blancura. Minutos después, la jocosa presencia de Dulce Duca rompió la oscuridad para saludar al público con la inocencia de un infante, manipulando clavas que en el resto de la pieza serían mucho más que sólo objetos para malabarear.
Dulce nos llevó de la mano por una jornada en su vida. Nos prestó sus ojos para ver la belleza traducida en flores de colores; nos prestó sus entrañas para sentir la feminidad que la abraza a veces con dolores y a veces con alegrías; nos prestó sus brazos para abrazar a un desconocido; su boca para llenarla de palabras no dichas; y sus manos, sus hábiles y ágiles manos, para -aunque sea por media hora- sentir el fruto de un trabajo de trece años manejando objetos en el aire, para sentirnos como maestros del malabar y el equilibrio, no sólo sorprendernos por la destreza de un artista en escena, sino fantasear con ser nosotros quienes dejan con la boca abierta a la audiencia en sus butacas.
La belleza no radica en la facilidad, sino en el significado que tienen los instantes con todo el trabajo que hay detrás: Dulce floreció en las clavas que volaban, en las clavas que se equilibraban sin mostrar mayor dificultad, en las que se hacían extensión de su cuerpo, y las que sorprendieron a su público por sus inusuales maneras de hablarnos de la felicidad y la tristeza que todos los días juegan a balancearnos sobre los pies.
Por: Nidia Beltrán - Sombra Emergente
Dulce Duca es una malabarista portuguesa que viene a Guadalajara para presentar una pieza a Ficho, el Festival Internacional de Circo y Chou de México. Dulce es, en primera instancia, una explosión. Es risas y gritos; sonrisas y ojos casi cerrados de la alegría que yace en ellos. Su pieza Un bello día hace la invitación a ver el mundo como ella y nosotros, alegres, aceptamos.
La cueva a la que te remonta el teatro Vivian Blumenthal nos recibió en oscuridad casi absoluta, con excepción de un algodón de azúcar gigante que iluminaba con su blancura. Minutos después, la jocosa presencia de Dulce Duca rompió la oscuridad para saludar al público con la inocencia de un infante, manipulando clavas que en el resto de la pieza serían mucho más que sólo objetos para malabarear.
Dulce nos llevó de la mano por una jornada en su vida. Nos prestó sus ojos para ver la belleza traducida en flores de colores; nos prestó sus entrañas para sentir la feminidad que la abraza a veces con dolores y a veces con alegrías; nos prestó sus brazos para abrazar a un desconocido; su boca para llenarla de palabras no dichas; y sus manos, sus hábiles y ágiles manos, para -aunque sea por media hora- sentir el fruto de un trabajo de trece años manejando objetos en el aire, para sentirnos como maestros del malabar y el equilibrio, no sólo sorprendernos por la destreza de un artista en escena, sino fantasear con ser nosotros quienes dejan con la boca abierta a la audiencia en sus butacas.
La belleza no radica en la facilidad, sino en el significado que tienen los instantes con todo el trabajo que hay detrás: Dulce floreció en las clavas que volaban, en las clavas que se equilibraban sin mostrar mayor dificultad, en las que se hacían extensión de su cuerpo, y las que sorprendieron a su público por sus inusuales maneras de hablarnos de la felicidad y la tristeza que todos los días juegan a balancearnos sobre los pies.
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